Por Augusto Munaro - Para LA GACETA - Buenos Aires

El frasquito es una obra impar -por su mirada oblicua y transgresora de la realidad-, que continúa resistiendo el transcurso del tiempo como pocas. Conectada con cierta corriente marginal (el sainete, el gauchesco), la novela, profundamente disruptiva por su lenguaje crudo y feroz, definió la existencia de otros modos de hacer literatura: nuevos espacios para la experimentación y la reflexión; exponiendo los claros y oscuros del alma y trascendiendo por ello el corsé de las modas, condición ineludible de todo clásico literario. La edición aniversario, a cargo del sello Edhasa, recupera la imagen de tapa que tuvo en 1973, e incorpora un prólogo que Luis Gusmán escribió en 1984. Admirada por Néstor Perlongher, Manuel Puig y Ricardo Zelarayán, El frasquito aún no ha perdido nada de su fuerza proteica y confirma ser uno de los textos más potentes y fascinantes que ha producido la literatura nacional de las últimas décadas. Una obra escrita en un lenguaje "mítico".

- ¿Podría comentar brevemente Los que nacieron muertos, me refiero al borrador de El Frasquito?

- Lo escribí a los 18 años. Lo primero que escribí. Creo que todo escritor tiene un mito fundador. Cuando murió mi abuelo, yo tenía 13 años, él era lector de novelas del oeste y de piratas, yo iba siempre a canjearlas una vez leídas: dos por uno. Ese era el trueque.

- ¿Allí se inició todo?

- Ahí me prometí escribir novelas. La trama era un poco macabra: se trataba de un hermanastro y un mellizo que se conocían de una manera insólita. Era demasiada coincidencia. Sin duda, había una urgencia por arreglárselas con las cosas de la vida que aparecen a esa edad.

- ¿Piensa que ha sido un libro muy ligado a su tiempo?

- No, es un libro cuyo lenguaje es mítico. Hasta tal punto que me encontré con un libro de una americana que se llama La cultura de la copia, que va desde la fotocopia al escáner, y cuenta una historia parecida a la de El frasquito. Incluso, cita el libro de Michel Tournier Los meteoros, que cuenta la historia de dos gemelos que también se escribió en 1973.

- ¿Cree que el contexto histórico haya "condicionado" su estilo?

- No hay influencia sobre el estilo. Es un estilo fragmentario porque entonces la vida era fragmentaria. Porque la escritura tenía esa duración y esa espacialidad con una sintaxis cortada y una ortografía alucinada. Era más en mi posición estética que me situaba en lo no realista, lo no lúdico, en una estética gombrociana de las partes de la subcultura de los desperdicios.

- El frasquito tardó tres años hasta encontrar editor. En un principio había pensado en Juan Carlos Martini Real; ¿cuál fue su respuesta?

- Negativa. Nos encontramos en el café Paulista, de Corrientes y Pueyrredón, junto con Alberto Vanasco, porque ellos dirigían la editorial Rayuela. Pero Vanasco me preguntó si conocía la psicología profunda, la manera elíptica, que tenía de llamar al psicoanálisis. Es decir, me aconsejaron que me analizara.

- ¿Y Alberto Alba, su primer editor? ¿Recuerda cómo fue que aceptó la publicación en su sello Ediciones Noé?

- La memoria con el tiempo es dominada por esa forma de la represión llamada mito. Puede haber sido el poeta Raúl Santana, yo creo que fue Germán. Imagínese que el libro lo terminé en 1970 y recién se editó en 1973. Como le dije, lo querían publicar con un prólogo psiquiátrico de un psiquiatra que se llamaba Smith. Años después, a un pesista que era el personaje de mi novela Tennessee lo llamé con ese apellido. Creo que lo aceptó porque hubo una circulación original de El frasquito con lectores como Masotta, Puig, E, Pezzoni, O. Steimberg, Zelarayán…

- ¿Fue decisión de Alba incorporar el prólogo de Ricardo Piglia?

- No sé. Fue una cosa amistosa. Supongo que surgió de conversaciones en la librería donde nos veíamos diariamente. Se le pudo ocurrir a Germán García, al mismo Ricardo, a mí. Recuerdo la emoción cuando Ricardo me lo trajo a la librería. Se le había caído y, como llovía, estaba entre mojado y sucio. En fin, como El frasquito. Me hubiera gustado tanto conservar el original… Pero entonces vivíamos la diaria. Al día en todo sentido de la palabra. No había fotocopias. Teníamos toda la vida por delante.

- El libro se publicó antes de las elecciones de 1973, más precisamente, en el mes de enero. Año que usted funda, un poco después, junto con García y Lamborghini, la revista Literal.

- El frasquito fue como un regalo de Reyes. Como se vendieron varias ediciones, con ese dinero Alberto Alba editó Literal y Sebregondi retrocede, de Osvaldo Lamborghini. Los tres éramos una banda. Los tres chiflados siempre juntos, siempre con gags un poco a los golpes, un poco cómicamente serios. Cada uno a su manera y con su estilo nos estábamos haciendo escritores.

- Tuvo una tirada inicial de mil ejemplares y al poco tiempo Osvaldo Soriano firmó una nota para La Opinión, lo que hizo agotar rápidamente la edición. El libro tuvo prensa, ¿verdad?

- Yo trabajaba como librero en Martín Fierro y, de golpe, del anonimato pasé a cierta circulación pública. El libro se transformó en best-seller y en motivo de discusión. Con lo cual, muchos clientes me pedían, cuando me reconocían como el que lo había escrito, que les firmara un autógrafo. Fue un vértigo. La crítica periodística fue ambivalente. Norberto Soares, desde Primera Plana, fue muy elogioso; lo mismo que Di Paola desde Panorama; y sobre todo Juan Jacobo Bajarlía, desde el diario Clarín. Creo que hubo otros diarios que no lo comentaron, pero se armó un pequeño escándalo.

- A comienzos de 1977, la Secretaría de Comunicaciones prohibía la circulación del libro. Lo calificó de inmoral, por lo cual no podía ser exhibido, circular o estar en depósito en ningún local o librería sin correr el riesgo de ser retirado por la fuerza pública. ¿Cree que esa censura le haya dotado -paradójicamente- de cierta marginalidad prestigiosa que de otro modo -acaso-, no hubiera alcanzado?

- Eso no sé, yo tenía miedo y por mi cuenta lo saqué de circulación.

- ¿Por qué?

- El libro ya era conocido. No como Las tumbas, de Enrique Medina, pero, como dije, causó impacto. La revista de derecha Cabildo fue muy dura en su crítica al borde de la injuria; y el libro El mito peronista me acusó de guerrillero, homosexual y drogadicto junto a Severo Sarduy y Manuel Puig.

- En cierta ocasión usted dijo que había escrito El frasquito con "un vocabulario franciscano, con una sintaxis absolutamente espiritista". Una sintaxis discursiva, por cierto, que parece estar muy ligada a lo visual; a la imagen ¿Corrigió mucho texto?

- No lo corregí nunca, salvo cuando lo escribí pero, como perdí el original, no me acuerdo cuales fueron las correcciones.

- Resulta ser un libro vanguardista y experimental si se lo compara, por ejemplo, con otros más realistas y argumentales como han sido Villa, o El peletero. ¿Qué importancia le otorgó a la trama en su primer libro?

- Ninguna. La trama me guió a mí porque la trama era la escritura. En ese sentido era un realismo fantástico, alucinado, no latinoamericano, sí urbano, porteño, argentino. Era un mito. Y el mito es a veces tan pobre, tan monótono... Creo que la puntuación y la imaginación desbordante lograron no precisamente, y por suerte, lo más lejano de un delicado equilibrio.

- Haciendo un balance retrospectivo, a 40 años de su primera edición, ¿qué cosas más admira y cuales otras, acaso, mejoraría de El frasquito?

- El frasquito es inmejorable. Con lo bueno y con lo malo. Es un rezo. Se escribe de una sola sentada. Tiene eso que tiene el rezo, una repetición fervorosa. Admiro la potencia de esa sintaxis violenta y violentada. Ese mundo de la infancia mezclado y atravesado por el mundo adulto: la curiosidad, el miedo, el descubrimiento, la sorpresa, lo siniestro, la humillación. Todo, para decirlo con palabras de Zelarayán, con ritmo de tango: dos por cuatro. Si usted quiere: un tango espiritista.

- Una curiosidad. ¿Ricardo Zelarayán alguna vez le hizo un comentario sobre el libro?

- Fue uno de los lectores del original antes de que se publicara. Sí. La puntuación de El frasquito era una respiración entrecortada. Creo que era uno de mis libros, junto a La música de Frankie, que más le gustaba.

- ¿Tal vez por la música?

- Acaso también por el registro oral que hay en el libro. Creo que deberían gustarle de verdad ya que nunca me acusó de porteño.

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PERFIL

Luis Gusmán nació en Buenos Aires, en 1944. Su primer libro fue El frasquito (1973). Publicó otros 13 libros. En el corazón de junio recibió el Premio Boris Vian en 1993. Tennessee (1997) fue llevado al cine por Mario Levín. Formó parte de los comités de redacción de las revistas Literal, Sitio y Conjetural. Ganó los premios Konex y Casa de las Américas.